viernes, 1 de mayo de 2009

Lo pintoresco está prohibido


La luminosidad de esta representación, con la que ciertos significados surgen aislada y repentinamente, radica en su horizontalidad. Por cierto, esta constatación no nos exime de la pregunta por el estado de ánimo que supone, de por sí, la existencia de dicha mirada. La consistencia del bloque de pared de la izquierda, como un volumen en el que todavía  se alcanza a leer «se vende», asume un valor que nos toma por sorpresa. Y esto porque se trata de un valor distinto a aquellos otros que buscan una mirada interesada, exclusivamente, en la presencia de las fuerzas orgánicas de la naturaleza. 


Así, resulta obvio que mientras más se busca dicho sentido en esta imagen y uno cree hallarlo, por ejemplo, en los árboles que se apiñan allá atrás, o en las nubes que presagian una inminente tormenta o, mejor, en la majestad de otra montaña que se yergue intempestivamente; uno se queda todavía más sorprendido, aturdido y frustrado que cuando uno solo encuentra, por aquí y por allá, las innumerables huellas de una publicidad hecha al paso. Lo que se observa es, sin duda, el rastro involuntario de cierta ansiedad por conquistar el mercado turístico. Un volumen en forma de triángulo corona visualmente la expresión escrita que reposa sobre esta pared, mientras que una línea imaginaria que el ojo completa se prolonga para reforzar aquella geometría: hacia abajo en la cercanía de nosotros y hacia arriba en la lejanía.

Es un bello paisaje andino, próximo a la ciudad del Cusco. En este ya no viene a nuestro encuentro la clásica torre de iglesia con su infaltable campanario, ni tampoco el camino de tierra que orienta visualmente al observador, para que ingrese, al menos con el ojo, en el poblado tradicional del que apenas logra distinguirse unos techos y ciertos pobladores a contraluz. ¿Acaso no los hemos visto ya en inumerables acuarelas en los que estos surgen casi recortados como triunfantes monigotes?, ¿cuantas veces en revistas como La Ilustración Peruana o Variedades, allá por la década de 1910 o 1920, se ofrecieron imágenes Kodak de fotógrafos anónimos que anunciaban lo «pintoresco» de estos parajes? ¿Cuántas veces las «sensibilidades educadas» rechazarían esta mirada 'Kodak del arte' acusándola de facilista y trivial para convertir la sola idea de lo «pintoresco» en un anatema para el ojo del «conocedor» local, de aquel que se ha consagrado a lo estético y artístico?
Que tales sensibilidades educadas hayan querido imponer su criterio no debe sorprendernos. Lo que sorprende es la persistencia, tanto del esquema visual de lo pintoresco como de su anatema que lo estigmatiza como de un gusto kitsch y poco cultivado, en el momento de tratar con la representación del paisaje andino. Por ello, el planteamiento de una mirada fotográfica que se vincule sin tensiones y sin temor con el costumbrismo pintoresco y que, probablemente, actúe también relajadamente frente a otro tipo de jerarquías, recoge sin trauma alguno la colonización económica y la señalización de un paisaje ahora transformado en mercancía: tanto en su calidad de valor de cambio, esto es, en su condición de terreno inmobiliario altamente cotizado, como también en su condicción de valor de uso, es decir, convertido en el residuo de una naturaleza que todavía conserva su bella apariencia.

[La fotografía publicada al inicio de este texto es propiedad del archivo de 13 monos. Cusco-Perú, Febrero de 2009. La otra es una fotografía tomada de la revista Variedades, 1917, sin datos disponibles]

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